«Si se deja solo al gobierno, va a ser una paz para el extranjero y un infierno dentro»

Wilmer Venegas durante su exposición en la mesa sobre Derecho a la libertad y la seguridad en el V Encuentro Internacional «Derechos hacia una Cultura de Paz» organizado por Movimiento por la Paz el 6 y 7 de junio

«No sólo nos quitaron las vidas, sino, estratégicamente, el tejido social, la construcción de la vida que teníamos. Tengo un hijo que debería estar en la universidad porque yo llevaba una trayectoria para que pudiera ir, no a una cara, pero sí a una digna. Pero ahora mi hijo tiene 17 años, me pide seguir estudiando y no tengo cómo ayudarlo. Son cosas que a uno le duele decirlas, pero no podemos seguir lamentándonos. Hay que reconstruir las cosas y seguir. Cuando uno lo dice el corazón le palpita duro, pero toca decirlo».

Wilmer José Venegas es uno de los más de cinco millones de personas que fueron forzadas a dejar sus casas y sus proyectos vitales en Colombia por el conflicto. Integrante de organizaciones campesinas implicadas en el retorno a sus tierras, ha visitado España gracias al apoyo de la ONG Movimiento por la paz (MPDL) en un momento en que los focos internacionales atienden a las conversaciones de paz entre el gobierno colombiano y las FARC. «La guerrilla va a dejar un territorio desocupado rico en materias primas y clave para el narcotráfico, por el que ya se pelean los paramilitares y las bandas criminales. ¿Cómo plantea el gobierno ocupar esos espacios?, ¿cómo vamos a quedar los campesinos, los afrodescendientes y los indígenas cuando se vayan las FARC?  La paz se debería construir desde las bases, pero si se deja al gobierno solo, sin instituciones internacionales observando, va a ser una paz para el extranjero y un infierno dentro», advierte este hombre procedente de una de las regiones más asoladas por las masacres de los paramilitares, Montes de María, y donde sólo cinco días antes de la entrevista, fue asesinado un compañero suyo también líder del campesinado. El gobierno le ha recomendado usar chaleco antibalas e ir acompañado por un policía todo el día para proteger su vida, pero tras dos desplazamientos, el despojo de sus tierras y el empobrecimiento consecuente de él y su familia, no confía en las fuerzas de seguridad de un Estado que fueron cómplices de los paramilitares que mataron a 15 personas sólo en su comunidad y a varios miles en todo el país, además de los más de quince mil desaparecidos según los cálculos más optimistas.

P. ¿Cómo era vuestra vida antes del desplazamiento en 1997?
W. No teníamos acceso a los servicios públicos como en la ciudad, pero teníamos una vida construida. Habíamos conseguido las unidades agrícolas familiares (terrenos para cultivar) que garantizaban una vida digna, nuestra permanencia en el territorio y seguridad alimentaria. Cultivábamos lo que necesitábamos, nada transgénico, convivíamos de buena forma con el medio ambiente, cuidábamos nuestras cuencas acuíferas. Ahorrábamos para que nuestros hijos pudieran formarse en el futuro como profesionales y, sobre todo, había un tejido social de confianza mutua entre los campesinos y para luchar por nuestros derechos.

P. ¿Cómo vivisteis la llegada de los paramilitares a vuestra región?

W. Fue en 1997 y no sabíamos qué eran los paramilitares. Llegaron unos hombres armados, con uniformes militares, así que pensamos que eran del Ejército. Nos dijeron que eran de las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia) y que teníamos que abandonar las tierras porque las habíamos conseguido por apoyar a las FARC, que éramos guerrilleros. Después supimos que simultáneamente estaban haciendo lo mismo en toda la costa del Caribe. Nos dijeron que teníamos 24 horas para irnos. Recuerdo mucho ese 27 de diciembre porque ahí empezó toda nuestra crisis, económica y psicológica. Nos tuvimos que ir dejando los cultivos, los animales, todo.

Se llevaron a uno de nuestros líderes y a su mujer la amarraron y golpearon, pero no se la llevaron tras nuestras súplicas. El 31 de diciembre a medianoche tiraron el cuerpo de nuestro compañero en la puerta de la casa donde la mujer se había refugiado. Su cuerpo estaba totalmente torturado.Junto a él dejan una lista con el nombre de otras personas que también seguirían su suerte si no se marchaban porque les acusaban de guerrilleros. Eso ocasionó mucho pánico.

P. ¿Y dónde váis? ¿Quién os acoge?

W. V. Fue un caos porque cuando llegas a otra comunidad sin tener familiares allá, te ven como un invasor. Incluso para los que sí teníamos, porque nuestro alimento venía de nuestros cultivos y al no poder recogerlos nos quedamos en una situación muy precaria. Pero ahí jugaron un papel fundamental las mujeres que se metieron a trabajar en el servicio doméstico en las ciudades y se convirtieron así en el sustento de las familias.

Sin embargo, teníamos que comprar el alimento en las tiendas y económicamente no compensaba. Yo gracias al apoyo de mi compañera hice un curso de zapatería y aprendí a forrar sillas de montura, elaborar zapatos y a eso me dediqué tres años. Otros compañeros tuvieron que irse a mendigar al mercado, otros con más formación se registraron en las alcaldías y recibieron algo de ayuda alimentaria. Pero el tejido social se había desintegrado.

Un año después del desplamiento, algunos campesinos vuelven a sus tierras a cultivarlas, aunque ya no se quedan viviendo en ellas. Pero poco después, en 1999, vuelven los paramilitares «ya conformados en el Bloque Héroes Montes de María y empiezan a tomarse los pueblos, hacer asesinatos selectivos a líderes, a las cabezas más representativas de los movimientos campesinos, lo llaman limpieza social». Pero es a partir de 2001 cuando el paramilitarismo alcanza las cotas más sangrientas de su historia. Comienzan las masacres en los pueblos en los que decenas de personas son asesinadas, descuartizadas y enterradas en fosas comúnes con el objetivo de sembrar el terror y hacerse con el control de millones de hectáreas en uno de los países más ricos en recursos. Colombia es el país con más personas desplazadas. Todavía en 2011, 3,7 millones de mujeres, hombres y niños que perdieron sus casas y el sustento que obtenían de sus tierras y ganado, seguían malviviendo en chabolas en las periferias de las ciudades, hacinados en casas de los familiares que les pudieron acoger o mendigando en las calles.

En la comunidad de Wilmer han asesinado a más de quince personas desde el 97, la mayoría líderes campesinos y algunos de sus hijos. «Pero para el gobierno no es masacre porque no es que hayan asesinado a 50 personas un mismo día. Pero para nosotros una masacre es desde una vida y siempre nos van a faltar estas personas», nos dice Wilmer que tiene presente a lo largo de toda la entrevista a todas las comunidades que representa su organización.  Y añade,

Los habitantes de la región caribeña, como tantas otras, han sufrido dos o más desplazamientos. «En 2003, vuelven de nuevo los paramilitares y tenemos que desocupar de nuevo las tierras, fue menos impactante porque ya sólo sembrábamos lo mínimo para mantenerlo por el miedo a que nos tocara volver a irnos. Entonces muchos compañeros empiezan a vender las parcelas.

P. ¿A quiénes se las venden?
W. Ése es un tema que nos llama mucho la atención porque una vez que se quedan las parcelas vacías empiezan a llegar los empresarios. Y vienen como los salvadores del territorio, comprando las tierras porque supuestamente quieren retomar los cultivos, crear puestos de trabajo. Pero, ¿a costa de qué? De la sangre, del despojo… Y empiezan a comprar los terrenos estratégicos, donde hay riego, empiezan a implementer el monocultivo de palma para el biodiesel… Y al campesino que no quiere vender le brindan la opción de convertirse en socio de la empresa poniendo él la tierra y el empresario los insumos químicos y los tiempos de cuándo y cómo se pueden hacer las cosas. El campesino se convierte así en mano de obra y lo que recibe a final de mes es un salario del que le descuentan todo lo que supuestamente van invirtiendo.

P. ¿Los empresarios son colombianos o también extranjeros?
W. Aparentemente son colombianos pero sabemos que detrás de esas empresas hay inversión extranjera, tanto estatal como privada. La demanda internacional de esos productos es muy poderosa, como el biodiesel, la venta de bonos de CO2 a empresas europeas para minimizar el impacto que ellos hacen en sus continentes comprando bonos en Colombia, algo que no lo entiende nadie…

El gobierno plantea reconstruir el territorio allá con esa estrategia de monocultivo para el biodiesel, en el que los campesinos no tenemos espacio para demandar, por ejemplo, la agricultura diversificada, o la autonomía alimentaria de los pueblos nativos.. Pero se apoya el monocultivo para el biodiesel y entonces la producción ya no es para la alimentación sino para la máquina. Y eso se agrava con el TLC (tratado de libre comercio) que Colombia firma con Estados Unidos para eliminar los aranceles e inundarnos con productos extranjeros como cereales, pollo, patata… Si seguimos así vamos a terminar con un campo sin campesinos.

Montes de María es uno de las regiones más sginificativas en la concentración de las tierras en manos de un reducido grupo de empresarios que las adquirieron durante los años en los que más de 120.000 personas fueron expulsadas por los paramilitares. En un artículo de La silla vacía, firmado por Camila Osorio, se expone cómo la resolución de este tema por parte del gobierno va a arrojar luz sobre qué planteamiento va a primar en su gestión de la Ley de víctimas, si el que interpreta como de mala fe los territorios adquiridos a un precio muy por debajo de su precio real o el de la protección de la agroindustria, predominante en Montes de María.

P. ¿Cuál es la situación actual del campesinado de Montes de María?
W. V. Crítica. En términos de seguridad alimentaria, estamos viviendo una situación caótica. Son más baratos los productos en la ciudad porque la producción se ha reducido muchísimo. La región está pasando hambre, sobre todo los campesinos que no han tenido acceso a la tierra. El campesino que entregó la tierra al cultivo de palma consigue el dinero para comprar los alimentos, aunque sean de peor calidad que los que producíamos. Pero esto también ha provocado un conflicto social, porque el campesino que defiende su territorio, soberanía y seguridad alimentaria es percibido por el que está sembrando palma te percibe como su enemigo. Y tenemos que llegar a un acuerdo sobre cómo defendernos.

En el ámbito de la educación, el acceso en las zonas rurales es muy complejo porque los colegios están las cabeceras municipales (provincias) y los que estamos en las vereditas tenemos que pagar un transporte privado para que nuestros hijos puedan llegar, y es difícil cuando produces lo justo para sobrevivir. Además, hay un problema con la seguridad de las niñas porque en ese transcurso hay veces que las niñas son violadas, por los mototaxistas o por desalmados. Y como no los médicos no están formados, terminan revictimizándolas cuando las llevas para que sean atendidas.

P. ¿Y cómo os ha afectado a la autoestima del campesinado el desplazamiento y el despojo de sus tierras en un país eminentemente agrícola? ¿Debería ser también reparada?

W. V. El campesino perdió todas las ganas de trabajar el campo y su potencial humano. Aunque antes nos explotaban en los precios, por lo menos producíamos . Ahora está destrozado económica, psicológicamente y ha perdido toda esperanza en las instituciones públicas.

P. ¿Cómo valoras el plan de reparación de las víctimas del gobierno?
W. V. Me río de él porque no hay las condiciones para una reparación verdadera. Es que nosotros no estamos peleando por una reparación económica, sino simbólica, que quizás nos daría más ánimos que los recursos económicos: que cuenten la verdad, que no nos desplazaron porque fuéramos guerrilleros sino porque quisieron y porque había un interés por el territorio. Que había un apoyo del gobierno por implantar este modelo de desarrollo agroindustrial, porque querían expulsar al campesino porque era un estorbo para ello.

Y en cuanto a la restitución de las tierras, no se está dando porque no hay una institucionalidad detrás de la ley. Lo que se está haciendo es la formalización de la tierra que tenías, entregándote los documentos pero no brindándote las garantías suficientes para que puedas volver y desarrollar una vida basada. Lo están legalizando para que puedas venderlas en dos años. Y si no tienes seguridad para producir, ni recursos, ni fuerza psicológicamente, con temor a volver, terminas vendiendo.

Además están los grupos paramilitares llamados antirestitución amenanzando a los líderes para que no vuelvan, no hay confianzan en las fuerzas armadas que tuvieron ese vínculo directo con los que nos despojaron de nuestras tierras… Y sobre todo, el campesino está desmoronado mentalmente y no ha habido un tratamiento psicosocial que le permita recuperar la confianza en sí mismo.

P. Hace cinco días fue asesinado otro líder campesino de Montes de María, como tú. ¿Por qué tu compromiso y valentía para denunciar todo esto?
W. V. Tenemos la convicción de que hay que reconstruir el tejido social y el territorio según el modo de vida campesino , gracias al apoyo de organizaciones como Movimiento por la Paz, creando agendas y propuestas colectivas como forma de resistencia pero también como protección de nosotros mismos.

Tenemos la convicción de que sí se pueden cambiar las cosas, hemos conseguido un compromiso del gobierno para constituir una mesa de diálogo donde nos sentemos terratenientes, mineros , ganaderos… todos los actores para llegar a unos acuerdos. Ver que hemos dado pasos grandes nos ha ayudado a nuestra autoestima… El que esté un campesino en Madrid contando estas cosas también hace parte de ese fortalecimiento, nos ayuda a liberar el miedo aunque siga existiendo el peligro. Yo tengo medidas cautelares que tengo que cumplir.

Tras una intervención en el Congreso de la Nación, el gobierno valoró que a los riesgos que enfrentaba la vida de Venegas, se correspondían unas medidas cautelares como el acompañamiento contínuo de un policía, un chaleco antibalas, «pero cómo voy a trabajar en el campo con eso, un teléfono celular con minutos que obviamente no confío porque va a venir chuzado (pinchado), un transporte por un año para que me pueda movilizar seguramente para el que tendría que contratar un carro, andar con un policía 24 horas (…) pero yo no confío ni en la policía ni en el Ejército», describe Wilmer como si estuviera escribiendo anotaciones al margen de las recomendaciones.

P. Cuando aquí se habla de recortes en cooperación, en el imaginario colectivo destacan los proyectos sobre el terreno, pero pocas veces en lo importante que es la visibilización y el acompañamiento. En vuestro caso, ¿cómo os protege la visibilización internacional?
W. V. Es fundamental que los países que cooperan con Colombia conozcan realmente lo que está pasando porque el gobierno dice que estamos en postconflicto y no es así. Es fundamental que la cooperación siga estando presente en el proceso de paz porque la paz no llega con la firma de dos actores, el gobierno y la guerrilla. Las FARC van a dejar un territorio desocupado rico en materias primas y clave para el narcotráfico, por el que ya se pelean los paramilitares y las bandas criminales. ¿Cómo plantea ocupar el gobierno esos espacios?, ¿cómo vamos a quedar los campesinos, los afrodescendientes y los indígenas cuando se vayan las FARC?  La paz se debería construir desde las bases, pero si se deja solo al gobierno, sin instituciones internacionales observando, va a ser una paz para el extranjero y un infierno dentro.

Se habla de una reforma agraria pero el gobierno dice que en la mesa de negociación se puede plantear todo salvo el modelo de desarrollo implantado, el agroindustrial, extractivista… contrario al planteado

Temo más que me pase algo por cómo podría afectar al tejido social que porque muera una persona

por el campesinado. Entonces, ¿para qué la reforma agraria?

P. Y en vuestras propuestas para el proceso de paz, ¿qué papel están jugando las mujeres?
W. V. Las mujeres campesinas tienen sus propias agendas y están peleando por la igualdad al derecho a la tierra porque mayoritariamente el propietario es el hombre. Y en las mesas de negociación las FARC no está defendiendo claramente el papel de la mujer en el nuevo escenario.

P. Y con las comunidades indígenas y afrodescendientes, ¿estáis tendiendo lazos para las propuestas de paz?
W. V. En Montes de María tenemos una mesa donde estamos presentes los tres grupos y planteamos un territorio pluriétnico y multicultural, reconociendo las diferencias y respetándolas, pero alcanzando objetivos comúnes. A todos nos asesinaron gente y violaron nuestros derechos. Nos preocupa que en regiones como el Cauca, los campesinos y los indígenas se estén dando duro, los primeros defendiendo el acceso a las tierras y los segundo defendiendo  los resguardos indígenas ya están constituidos por ley.

P. ¿Cómo vences el miedo y de dónde sacas la esperanza?
W. V. Una forma de vencer el miedo es la unión y el apoyo de instituciones internacionales como Movimiento por la Paz. La esperanza viene del camino andado, de saber que no estoy hablando por mí mismo sino por todos mis compañeros que están atentos y esperando que vuelva para saber. En mi caso, temo más que me pase algo por cómo podría afectar al tejido social que porque muera una persona.

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