Todas las encuestas y estudios sociólogicos revelan una creciente atención por los hábitos de consumo en la alimentación en España. Sin embargo, a la hora de hacer la compra todavía son muy pocos los que realizan la totalidad de sus compras en tiendas de consumo responsable y/o ecológicas. El hecho de que la mayoría de los españoles realicen las compras en grandes superficies es una de las razones, pero no la primordial pues éstos también han comenzado a comercializar productos basados en el comercio justo y ecológicos, aunque más como una curiosidad que con un criterio normalizado.
Una de las muestras de que un país ha llegado a un alto grado de desarrollo es la desaparición del criterio de la cesta básica como un criterio a partir del cual se valoran los salarios o el nivel de vida. Hoy por hoy, es difícil encontrar un criterio de qué alimentos componen nuestra alimentación básica. Incluso la Organización de consumidores y usuarios , en su informe para comparar los establecimientos más baratos y más caros, establece dos tipos de cesta: la cesta tipo, para los que compran sus marcas favoritas de forma continuada, y la cesta económica, para los que varían dependiendo del precio y las ofertas.

Pero para que los datos fueran más claros, nosotros hemos recuperado el concepto de cesta básica y hemos creado una para la alimentación de dos personas durante dos semanas. Una semana sería insuficiente para establecer un baremo medio y un mes demasiado amplio y en el que nos perderíamos con muchos litros de leche y kilos de fruta. Así pues, hemos configurado una compra básica, sin caprichos y sin dietas insanas. Hemos utilizado como base para los precios de los productos de los comercios tradicionales el informe que publicó a principios de año la Organización de consumidores y usuarios, eligiendo la media entre las grandes superficies más conocidas. En cuanto a los productos de producción ecológica o comercio justo, hemos sacado también la media entre las tiendas on line más importantes.
Como vemos, la diferencia económica es más que significativa, incrementada sobre todo por la carne cuya producción siguiendo criterios ecológicos encarece mucho el proceso. El tiempo dedicado a su crianza, el espacio que requieren para vivir en espacios amplios, así como su alimentación son las principales razones.
Pero no las únicas. Xavier Vilà, responsable de prensa y comunicación de Intermón Oxfam, lo explica así «El primer factor por la diferencia de precios es la especulación internacional. En este sentido, el ejemplo más claro es el café. Las grandes multinacionales tienen capacidad para bajar muchísimo los precios, lo que impide al pequeño campesino competir en unas condiciones de precios justas y de calidad». A ello hay que sumar las cadenas de distribución «y los abusos que puedan cometer los intermediarios» en los márgenes de beneficio.
Por todo ello, esta organización ha apostado por introducir sus productos en las grandes superficies. Éste es una de las razones por las han aumentado las ventas de sus productos significativamente en los últimos años.
Pero, de nuestra lista de la compra sólo el café y los cereales han sido adquiridos en establecimientos de Comercio justo. Porque aún hoy, este comercio sigue estando muy vinculado a compras esporádicas: regalos de artesanía, algo de ropa y productos de alimentación que van desde la delicattesen a lo «exótico».
Sin embargo, está apareciendo otra forma de Comercio justo vinculada a lo ecológico. Y es el creciente número de emprendedores que comercializan sus propios productos a través de Internet y, por tanto, sin intermediarios.

Ésa es la historia de Naranjalandia. Ximo Altur lleva más de 20 años trabajando como productor de naranjas en Tavernes de la Valldigna, Valencia. «En 30 años no ha subido el precio de las naranjas. Las nuestras, porque son ecológicas, las vendemos a cinco euros la arroba (entre 13 y 14 kilos) a los intermediarios. Pero las convencionales se venden entre los 2 y 3 euros la arroba. Y los supermercados las venden a un euro el kilo». Esto supone que sacan de beneficio casi el doble de lo que pagaron. Por eso, en septiembre montó Naranjalandia para vender sus naranjas directamenta a los consumidores a través de Internet. Quince kilos de naranjas por 32 euros en 24 horas en tu casa. El precio, como vemos en nuestra lista de la compra, es el doble del de las tiendas convencionales aunque, como explica Ximo, «en el Corte Inglés, las naranjas ecológicas están a un euro la unidad. Si subiera la demanda yo podría bajar el precio sin perder dinero».
Ésta parece ser la clave hablando con los productores. Pero también, consumir productos de temporada y que se cultiven en la región.
En estos aspectos se basa la historia de la Huerta La Vega. Antonio Iglesias, hijo de agricultores, había estudiado para otra profesión. Pero su felicidad estaba en el campo, «viviendo al aire libre y viendo lo que produce la tierra», como nos explica su compañera María José. En el 94 decidió trasladarse a Gijón y cultivar fabes asturianas con denominación de origen en la finca Huerta la Vega. Durante más de diez años trabajó sin utilizar pesticidas ni herbicidas «porque es su forma de convivir con el Medio Ambiente». En 2004, decidió adquirir el certificado COPAE, que certifica rigurosamente el respeto de los criterios para este tipo de cultivo. «Pero hay escasez de puntos de ventas y terminábamos vendiendo nuestros productos en establecimientos tradicionales donde se perdía nuestro valor añadido». Por eso en diciembre abrieron su propia tienda donde enseñan a los consumidores qué es la agricultura ecológica en una región donde se tiene en alta estima a la producción de las aldeas, de una calidad muy superior a la de los invernaderos del sur de España cuya imagen aquí desencaja demasiado con el entorno natural asturiano. «Diariamente tengo que explicar que nuestros productos son mejores porque son sanos, nuestras semillas no han sido modificadas genéticamente, que la tierra está sana y que se cuida el Medio Ambiente». Las frutas y verduras que venden tienen precios competitivos porque «no tenemos coste de transporte, almacenaje ni embalaje». ¿Los clientes? «Gente joven, familias, padres y madres jóvenes…».

La historia de El Campón Eco representa a esos nuevos emprendedores que no tienen tradición agrícola y que por amor al campo tuvieron que aprender a base de cabezazos. Cristina González-Posada tenía treinta años cuando se trasladó al campo «por amor» y poder vivir de ello. «Fue muy duro. Los terrenos son carísimos y nosotros tuvimos que adquirir uno que está en cuesta, por lo que trabajar es muy complicado. La inversión es muy cara y tardas mucho en levantar cabeza». Como otros agricultores ecológicos, empezaron a vender a tiendas pero decidieron dar el salto a la venta directa por el escaso margen de beneficio. El Campón Eco vende a través de su web sus propios productos pero también productos manufacturados ecológicos y productos de higiene y de limpieza del hogar. Además tienen una cesta ecológica que te llevan una vez a la semana a tu casa. «Tenemos entre 40 y 50 familias que son clientes fijos. Y no tienen un perfil uniforme: gente que vive sola, familias que empiezan a tener niños y se conciencian sobre la importancia de alimentarse de manera sana…».
Tanto las organizaciones de consumidores, como los productores e Intermón Oxfam tienen claro que estos hábitos de consumo van a crecer en el futuro, pero también son conscientes de que los precios son un impedimento. La clave, como en toda dinámica del mercado, está en el auge de la demanda. Mientras, millones de consumidores en el mundo compaginan las compras de productos del mercado tradicional con otros ecológicos y de mercado justo como una forma de compatibilizar un consumo responsable con un presupuesto asumible.
Fantástico. Muy recomendable su lectura. Muchas pistas. Enhorabuena.
Como dicen por ahí, de gran ayuda. Si esto no es periodismo humano, que me digan qué es entonces. Genial 😉
Estupendo y utilísimo reportaje. Gracias!
Gracias, buena lectura.
Conviene no obstante recordar que la proximidad cliente-productor ha de ser un factor de elección para minimizar el impacto medioambiental del reparto.
Las asociaciones/cooperativas de compradores son una excelente solución también.
🙂
¡Estupendo reportaje! Enhorabuena, Patricia. Informaciones como esta son las que busco en PeriodismoHumano: temas que me abran los ojos y que me permitan ser una persona más consciente, más lúcida. Gracias!
El reportaje es muy bueno e interesante, aunque me parece que se mezclan dos temas que son muy diferentes y se deja algo importante en el tintero. Sobre lo primero, no es lo mismo agricultura y/o ganadería ecológicas que comercio justo. Y, sobre lo segundo, ¿realmente es posible y adecuado mantener a una buena parte de la población mundial con agricultura ecológica? Necesita, he oído en alguna ocasión, más terreno, agua, etc. No estoy diciendo que sea imposible, pero sí que habría que investigar y hablar sobre ello porque, desde luego, no está tan claro.
Por lo demás, enhorabuena por vuestro trabajo. Un saludo.
yo compro las verduras y frutas en alboraia a vicent marti, puedes encontrar su telefono en internet.
una caja de verduras de temporada entre 13-14 kg unos 18euros.
gracies vicent x cuidar de la nostra terra.
Ya, pero ¿y si no necesitas 14-15 Kg. de una vez, qué pasa?.
Lo ideal sería que se generalizara este tipo de comercio para ver si, de ese modo, consiguen abaratarse los precios de los productos. ¡OJALÁ!
Gran artículo!
Soberanía alimentaria: podemos alimentar al mundo
Esther Vivas | 2a Conferencia sobre Decrecimiento – Barcelona 2010
Vivimos un contexto de crisis sistémica múltiple: económica, ecológica, alimentaria, de los cuidados, energética… Y el sistema capitalista, lejos de dar respuesta a unas crisis que él mismo ha creado, apuesta por una huída hacia delante: mayor privatización de los servicios públicos, expolio de los recursos naturales, soluciones tecnológicas al cambio climático, ayudas a las empresas privadas y a la banca.
La crisis alimentaria muestra una de las caras más dramáticas del sistema capitalista actual con más de mil millones de personas en el mundo, una de cada seis, que pasan hambre, especialmente en los países del Sur. Paradójicamente, en los últimos veinte años mientras la población crecía a un ritmo del 1.14% anual, la producción de alimentos aumentaba en más de un 2%. Con estas cifras podemos concluir que en la actualidad se produce suficiente comida para alimentar a la población mundial. Pero, ¿cuál es el problema? Que si no se tienen suficientes ingresos para pagar su precio, no se come.
Las políticas neoliberales aplicadas a la agricultura en los últimos treinta años (revolución verde, deslocalización, libre comercio, descampesinización…), nos han conducido a una creciente inseguridad alimentaria. La comida se ha convertido en un negocio, un bien privatizado, en manos de un puñado de empresas de la industria agroalimentaria, con el beneplácito de gobiernos e instituciones internacionales.
Frente a esta situación, cumbre tras cumbre la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, el G20, junto con las principales empresas del sector, nos dicen que para salir de la crisis es necesario una nueva revolución verde, más transgénicos y libre comercio. Nos quieren hacer creer que las políticas que nos han conducido a la presente situación, nos sacarán de la misma.
Agricultura local, campesina y ecológica
Pero existen alternativas. La relocalización de la agricultura en manos del campesinado, nos permitirá garantizar el acceso universal a los alimentos. Así lo constatan los resultados de una exhaustiva consulta internacional que duró cuatro años e involucró a más de 400 científicos, realizada por la Evaluación Internacional del Papel del Conocimiento, la Ciencia y la Tecnología en el Desarrollo Agrícola (IAASTD en sus siglas en inglés), un sistema de evaluación impulsado ni más ni menos que por el Banco Mundial en partenariado con la FAO, el PNUD, la UNESCO, representantes de gobiernos, instituciones privadas, científicas, sociales, etc, tomando como modelo el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático y la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio.
Es interesante observar como, a pesar de que el informe tenía detrás a estas instituciones, concluía que la producción agroecológica proveía de ingresos alimentarios y monetarios a los más pobres, a la vez que generaba excedentes para el mercado, siendo mejor garante de la seguridad alimentaria que la producción transgénica. El informe del IAAST apostaba por la producción local, campesina y familiar y por la redistribución de las tierras a manos de las comunidades rurales. El informe fue rechazado por el agrobusiness y archivado por el Banco Mundial, aunque 61 gobiernos lo aprobaron discretamente, a excepción de Estados Unidos, Canadá y Australia, entre otros.
En la misma línea se posicionaba un estudio de la Universidad de Michigan (2007), que concluía que las granjas agroecológicas son altamente productivas y capaces de garantizar la seguridad alimentaria en todo el planeta, contrariamente a la producción agrícola industrializada y el libre comercio. Sus conclusiones indicaban, incluso las estimaciones más conservadoras, que la agricultura orgánica podía proveer al menos tanta comida de media como la que se produce en la actualidad, aunque sus investigadores consideraban, como estimación más realista, que la agricultura ecológica podía aumentar la producción global de comida hasta un 50%.
En el ámbito de la comercialización se ha demostrado fundamental, para romper con el monopolio de la gran distribución, el apostar por circuitos cortos de comercialización (mercados locales, venta directa, grupos y cooperativas de consumo agroecológico…), evitando intermediarios y estableciendo unas relaciones cercanas entre productor y consumidor, basadas en la confianza y el conocimiento mutuo, que nos conduzcan a una creciente solidaridad entre el campo y la ciudad. En la actualidad, la gran distribución (supermercados, cadenas de descuento, hipermercados, etc.) monopoliza la cadena de comercialización de los alimentos, sacando el máximo beneficio a costa de explotar a trabajadores, campesinos, medio ambiente.
La soberanía alimentaria se demuestra, de este modo, como la mejor alternativa para acabar con el hambre en el mundo. Se trata de devolver el control de las políticas agrícolas y alimentarias a los sectores populares (campesinos, trabajadores, consumidores, mujeres…), así como su acceso a la tierra y a los bienes comunes (agua, semillas…). Una soberanía alimentaria que tendrá que ser profundamente feminista, reconociendo el papel de la mujer como garante de la alimentación a escala mundial, y luchando contra la opresión no sólo de un sistema capitalista sino también patriarcal.
*Aportación de Esther Vivas al taller sobre agroecología y soberanía alimentaria en la 2a Conferencia sobre Decrecimiento – Barcelona, 26 al 28 de marzo 2010.
muy buen reportaje. Es necesario espacios como el abierto por periodismohumano. como en el campo de la comunicación. En este proceso, es requisito imprescindible involucrar a las universidades, no como ente, sino como foco de personas todavía con sueños y ganas de ilusionarse. En el tema de la soberanía alimentaria y de conciencia de la importancia de la lo que comemos es un magnífico área de trabajo. cestas ecológicas y locales a la universidad¡¡¡
k idiiota
Vaya, impresionante post, algunos de los productores mencionados ya los conocia, pero veo que va saliendo mas.
¡AUTÉNTICO!. Cerca de casa hay un supermercado donde venden exclusivamente este tipo de productos y, por lo que yo he experimentado sin tanto detalle como la ilustrativa cuenta que nos facilitáis, justo había calculado que se paga aproximadamente 5 veces más por los mismos productos que en los establecimientos no especialmente biológicos.
Son para ricos, pues.
Vivo en Alemania, donde el consumo de productos ecológicos o bio es superior al de España, y la concienciación sobre comercio justo y consumo responsable, así como el abastecimiento a través de la producción local están más desarrollados.
Me sirven productos frescos de temporada de una granja cercana como mucho cada dos semanas, porque los precios resultan excesivos para el consumo habitual, y lo mismo les ocurre a personas de mi entorno.
Soy muy escéptico acerca de una eventual bajada de precios a medida que aumentan los compradores de este tipo de productos ya que, a pesar de que en muchos casos se reducen o incluso eliminan costes (transporte, embalaje, etc.), continúan resultando artículos un tanto elitistas y el coste de la cesta de la compra diaria se dispara pues a menudo los precios se basan no solo en una supuesta calidad superior y en el respeto al medio ambiente, sino en una ‘estandarización’ de mercados alternativos y estrategias de marketing que tienden a mantener esos precios para aumentar las ganancias.
En mi experiencia personal, encuentro escasos ejemplos en los que los productos de la granja tienen una calidad superior a otros productos bio del supermercado u otros artículos no ecológicos. No obstante, siempre resulta interesante estimular las economías locales frente a las grandes cadenas de venta y distribución, aunque a menudo me pregunto si no estaremos pagando por encima de lo razonable y fomentando que no se baje el listón, habituando a la clientela a los precios establecidos.
Por ejemplo, 1 litro de leche: en supermercado 0,65, Bio 1,09 (en todas las cadenas igual, qué curioso); granja online, no menos de 1,60€. Frutas, otros lácteos, huevos, algunas verduras… por las nubes.
Y si en esa cesta de la compra propuesta en el artículo sustituimos la carne y el pollo por tofu y derivados de soja, estamos apañados.