Sandra está pendiente del teléfono esperando la respuesta a una entrevista de trabajo. Busca cualquier empleo, ha trabajado de camarera en bares y hoteles, de dependienta y ha hecho mil cursos de formación. Aunque, puestos a poder elegir, preferiría cuidar a niños o ancianos. Su presencia y su tono en la conversación es contundente, tiene 31 años aunque hay vidas y contextos en los que la edad no nos dice nada de la experiencia acumulada ni de etapas vitales. Sandra, como el resto de mujeres entrevistadas víctimas de trata con fines de explotación sexual, son mujeres a los que sus contextos, sus decisiones y la vida les ha colado más obstáculos de los narrables –cuántos no se habrán quedado en el tintero de la memoria, borrados por la concatenación de desgracias–, pero que han tenido que ir superando porque seguía amaneciendo, dando lugar a unas mujeres en las que casi se materializa la capacidad de supervivencia del ser humano.